En aquellos tiempos fuera de la pared escolástica, eran comunes las fiestas paganas de los adultos para emborracharse al son frenético de los indefinidamente repetidos discos de cumbias colombianas. Eran ellos un grupo compacto internacional, aglutinados sólo para diferenciarse de la raza nativa que los rodeaba. Caóticamente terminaron sacándose los ojos -salvo raras y escasas excepciones- ya que la mayoría eran adictos al deporte del serrucho(*). Eran un crisol de mentes maquiavélicas dirigidos por un recto espécimen -no por referirme a la parte final del intestino grueso sino por el desusado sentido de justicia y rectitud del Director. Mi padre. Poco futuro en las bolas de cristal de Don Roberto "Chosno" Boullon.
Se reunían en asados multitudinarios dirigidos por el mitómano Michael Acerenza en apartados parajes del parque Chapultepec o en los ámbitos deportivos del club Monte Sur, siempre cultivando religiosamente el rito gúlico y dejando el esfuerzo para los más jóvenes que a decir verdad poco hacían. Estos seres adultos poseían hijos con los cuales inevitablemente debía frecuentar. Los niños Trejos: Nazhira y Jóse "El futbolero de pasillos", con los que participamos de un aquelarre en un estacionamiento cercano a New Orleans. Ambos hermanos y pequeños culpables de quedarse sin regalos en la noche del 24 de Diciembre, por causa irrevocable al blasfemar contra el indecible "Pi Ar"(*). Casi no quedaban juguetes en los aparadores de los suntuosos shoppings de Loussiana en esa noche de víspera de Nochebuena. El "Pi Ar" se había vengado a su manera. Algo había que hacer para ahuyentarlo gracias a nuestro rito diabólico en la oscuridad del aparcamiento al menos sirvió para contrarrestarlo y no volvió a molestar en lo que restaba del viaje.
De vez en cuando aparecía envuelta entre los humos de la parrilla grasienta del club la figura esperada de La Nena Cárdenas, ese amor imposible a causa de la cronología desfasada. Una ninfomaníaca escasamente controlada que mientras se revolcaba con medio México sus padres le admitían sin chistar cada uno de sus caprichos -aun hasta el día de hoy aunque se acerque a la treintena de edad. Uno de esos últimos regalitos caprichosos fue una nieta-hija llamada Scarlet. que quedó a cargo del cuidado de sus abuelos Claudita poseía un gélido hermano: el ambicioso Mauricio, un ministro familiar con rey paterno presente como figura decorativa. El ministro pasó desde jugar aisladamente al foot-ball con botones y un counter de pasacintas como reloj (siendo yo su único publico) hasta programar detalladamente su exitosa vida futura. Frío y calculador, sabía de antemano lo que hacer para triunfar.
Y claro que llegó sin cuentas de conciencia por pagar.
Desde el interior de los matorrales salían nítidos los aullidos desgarradores del enano puto maldito Luis Pablo Acerenza Barea, infante insoportable que lograba sin esforzarse ser odiado por ambas generaciones. Un forro que se conoce desde que nace. Su voz de serie televisiva mal doblada, sacaba de quicio hasta al más sereno. Disfrutábamos martirizándolo hasta las lagrimas; especialmente Fabio, aficionado durante los asados al lanzamiento de huesos vacunos contra cráneos humanos imberbes (lo peor es que el gozaba en silencio, sin compartir sus proezas con nadie, siempre amparado por el anonimato). La voz del renacuajo también resonaba desquiciadamente en las playas de Vallarta, exigía como enajenado : -"¡¡¡ Quiero papaya(*), quiero papaya !!!"-. Al oírlo se nos cortaba la respiración y se encendían los mecanismos propios para devastarlo sin pena. Su progenitora era Betty, una flaca amarreta de dientes podridos; la que además de comprar lo diario indispensable (llenando un único anaquel de su refrigerador) para su propio consumo, se desvivía hostigando al pequeñuelo para nuestra dicha, cagándolo a pedos aún por el más mínimo error. Los colombianos muy circunspectos e incapaces de tutear en momentos de enojo, se horrorizaban al oír los gritos amenazantes del reptil materno cuando aullaba : -"¡¡Hijo de Puta, cuidado con lo que haces, mal parido!!"-. Pabluchi quedaba petrificado, quedándole como única opción mover temblorosamente el pie que distraídamente había apoyado sobre un minúsculo charquito. Luis Pablo padecía de una inanición permanente, siempre pedía un té acompañado de galletas mientras jugaba -bajo mi exasperante tutela- con mi colección impecable de Matchbox.
De una caja de ese alimento enharinado no bajaba ni en pedo el muy famélico y mamón.
Un solo ser pudo haber sido capaz de procrear tanta cantidad de semen desperdiciado, el artístico parrillero Miguel Angel Acerenza. Repugnante trepador, una persona que aprendí a odiar por motus propio, no como al mefistofélico Miranda. Enloqueció de todas las maneras posibles al Ce.bollón(*) (Cardenas Rights Reservedâ), llegando hasta las últimas consecuencias con sus intrigas todo para alcanzar su ansiada dirección del Chingatur. Pero eso jamás le quitó su condición de choto, de especialista en Marketing por folletín, de bailarín de ballet frustrado con geta de ganso; de adulador de pacotilla y YO-YO incansable. Hábil sólo para destruir, consiguió riquezas pero con el castigo de acostarse todos los días con una mujer que se le adivinaba la variedad del menu semanal; solamente al contemplar su putrefacta dentadura. Tardíamente apareció para adelantar el fin que se acercaba, Mateus Esnaola: un afeminado cagador que entró a las oficinas como por un tubo. Hacía las delicías de las chicas con su deporte preferido: criticar. Su homosexualidad fue encubierta con un casamiento en Costa Rica, despues de que ocurriese la inevitable Apocalipsis Cicatureña. Siendo todo Rococo, salió con una psicóloga que le dio la opción de aparente bisexualidad, pero por poco tiempo ya que debió sufrir la circuncisión a los 30 abriles. Mucho antes, yo tambien había padecido esa hermosa experiencia. Cuando lograron desatarme -tras un salvaje delirio en el postoperatorio-, la yegua de la enfermera no tuvo mejor idea que desgarrarme el taparrabos con tanta fuerza para conseguir sin pensarlo una puteada mía que llegó hasta su ancestral tatarabuela. Su estúpido argumento era el machacado "los hombres no lloran". Bha, tendría que haber vuelto a putearla.
Cuando sólo quedaban los vestigios de ese aglutinamiento de extranjeros llegaron informaciones que contaban que Esnaola por fin había parido un hijo (lo más cercano podría ser adoptado debido a su dudable virilidad). Ahora apenas lo recuerdo por lo único bueno que tuvo en su vida cuando nos presentó a Julio y Estela Cociffi -aquellos de los sweaters Iffi.
El Humor estaba a cargo del Conde Fabio Cárdenas de Medellín: siempre chistes geniales a flor de labios. Enemigo acérrimo de Acerenza, no le faltaban motivos para degollarlo. Coqueto al extremo de implantarse entretejidos que se decoloraban en su cráneo. Un animal con modales, que de poco le servían cuando comía sus huevos matinales, inmerso en un enjambre de moscas en el pueblo de Abazolo. Era la antitesis de Esnaola: un calentón nato, pero siempre de usted. Su gorda mujer, además de ser víctima de miles de dietas inútiles, sustentaba decorosamente una cornamenta de la san puta. Hasta se atrevió a montarse a Genoveva -una temible inmunda- con tanta naturalidad que tutti el mundi (incluida su consorte) se enteró. Capaz de engañar con soretes de plástico al restaurantero coordinador De La Garza y de regalarle a la mojigata secretaria Maty muñequitos con vergas descomunales, como si esta fuera una posible forma que pudiera fantasear con la propia de Esnaola. Con un dispositivo fantástico que agrandaba el órgano cada vez más en su febril mente de enamoradiza solterona, Maty jamás pudo aproximarse pecaminosamente a Mateo, a no ser en las ganas de sus intenciones. El conde era un alcohólico cercano al deliriums tremens en Vallarta se quedó llorando por una leve herida sangrante bajo una nube de vapor de su baño de hotel. Beodo, totalmente hasta atras y tratando de despejarse, se repuso a medias para poder ser entendido por un publico expectante, ávido de conocimientos, que esperaba su aparición en no menos de 15 minutos. Para 2 largas horas de Estadística a su cargo.
Entre las consortes de los cicatureños no resaltaba Giselle Trejos: sintética narigona, insulsa e indiferente, importante sólo por ser parida por su Madre: Berna, la domadora del circo Sarrasani, la amorfa bestia que adornaba su frente con un irreverente mechón claro de luna. Con inclinaciones perversas, esta Tongolele posnuclear afirmaba -sin remordimientos- que los hombres las preferían gorditas y acentuaba sus palabras mientras se fajaba indecorosamente al yerno, ambos totalmente en pedo. Su inocente yerno Rafa, era lo que se puede decir un pobre dolobu; un ex barbudo que decían las malas lenguas que cojía sólo para procrear respetando su religión inculcada con fervor . Un montesuríano tenista de plástico, que lo más particular en él, era fumar en pipa. Tan buenito como aparentaba también resultó ser una basura tapada. Las apariencias engañan casi siempre.
Pero también otros personajes de esa oficina aparecieron con baja frecuencia en mi vida :
Gloría y Nestor: ella terminó artrítica dándose baños cannabicos de chubis, de el solo puedo decir que poco dijo porque jamás lo escuche articular palabra. Marisa y Edgar: un indio tipo Monzón, con una P de O(*) a cuestas; famoso por que estuvo a punto de fornicarse a un blondo travestí. Casado con la brassuca Marisa dieron origen al pardo e insoportable Diego. ¿ En mi honor ?. Ella tenía ese tipo de Psico-bolche-hippona, de las que le importa todo un carajo. El no estaba esteriotipado pero también le importaban muy poco las cosas, lo más importante para él era encarar lo demas era del todo accesorio. Tenían una casa por el Ajusco, que terminó destrozada por un pedo ejidal(*). Lo mismo que ocurrió con su matrimonio, pero no por los terratenientes, sino por ellos mismos.
Edgar el tonto, prefirió optar por una costarricense banquera.
Por aquellos prados del Ajusco había conocido a un tal Hugo, brasilero y con una hija de 8 años de excelente futuro. Ataviada con una tanga poco adecuada a su edad pregonaba -según Nazhira- que deseaba ponerse en bolas frente a mi.? Esas tendencias exhibicionistas no estaban para nada de acorde a mis tiempos; así que por ¿suerte? había perdido una nueva oportunidad. Hubiera quedado un poquito mal, quedarse inerme y contemplativo, frente a alguien que presuntamente poseía toneladas de experiencia sobre dichos menesteres voyeuristas. Ni pienso explicar lo que se me hubiera ocurrido en la actualidad. Mas tarde me enteré por Simone -otra apetitosa paisana y liberada novia de Paco Valero- que también los conocía. Dios los cría ...
Según informaciones recientes, creo que se hicieron bosta en alguna ruta desierta. Un desperdicio considerando las vueltas de la vida. Si por algo me destaqué fue por lo gallego terco, sino pegúntenle a la mayoría de mis desastrosas y conflictivas persecuciones.
Las esposas derrochaban su tiempo en interminables canastas de 17 a 1 AM. Las jarras de cuba libre rodaban debajo de las mesas sin cesar. En uno de esos Viernes memorables, tuve la oportunidad de admirar como Figarella Senior se bajaba una entera de Brandy Fundador sin inmutarse; sin siquiera pestañear y continuando con su ya conocido y cansador monólogo. Al grupo original de tahúres se fueron agregando pintorescos personajes. Una cubana imbancable que la había traído Melba la que se destacaba de las demás por haberse arriesgado a parir en las madurez de sus 40. Madre de 2 hijas abominables (siendo la mas gruesa, además adoptada), esposa amante del ex-cura profesor Agudelo (que decían que se aplicaba alcanfor en el miembro para evitar erecciones durante el dictado de las sagradas misas) y propietaria de una pinche quinta denominada Macondo. Los Agudelo formaban parte del matrimonio al que una vez robamos las calaveras(*) de una flamante combi, sin que ni siquiera nos hubieran avisado de su reciente adquisición. Siempre un vaso rebosante de elixir embriagador estaba en la pose sión de Teresita, inolvidable porque siempre transportaba a cuestas una espesa plasta de maquillaje. Esporádicamente nos deleitaba una amiga de Giselle, a la que tuve la dicha de verle el gato asfixiándose dentro de unas pantimedías Dorían Grey; y hasta la Tía Alcira participó pidiendo a gritos enardecidos un té vespertino de Boldo, ante las miradas sorprendidas de sus borrachas compañeras de juego.
Las secretarías llamaban al Chosno, dulcemente, Arqui. De ellas además de la enamoradiza Maty, recuerdo a Sol y a Cecilia -gran borracha con inclinaciones lésbicas por su afición al canto de Chabela Vargas(*). Una machorra en celo con todas las de la ley, a la que nadie le podía seguir el tren en cuestión de chupe. Nada parecía derribarla. Ellas idolatraban al chosno mientras el ego del susodicho era continuamente alimentado ad libitum (valga la redundancia). El Arqui hacía varias excursiones con sus alumnos, y hasta yo participé en una de ellas a las tenebrosas grutas de Cacahuamilpa, eternamente inundadas de excremento de murciélago. Quedó grabada en mi memoria aquella estalagmita fálica titulada "Saludo al Presidente" y por esa de las relaciones la imagen me lleva a la de un burro que deambulaba ansiosamente por el campamento. En la combi de excursionistas notaba que mientras un flaco -al que que apodé Bulbos- jugaba insistentemente al pendejometro, una obesa y amorronada peruana se derretía de ganas por que los otros ocupantes del vehículo desaparecieran al instante. -"Al fin solos"- se le adivinaba que pedía en sus plegarias mentales. Pero sus anhelos no fueron cumplidos, las contra plegarías de Bulbos para que no le pasara por encima ese Trailer de Lima resultaron más eficaces. El amor no triunfó, pero jamás olvidaré como subía la temperatura interior de la cabina cuando aquella cerda jaspeada comenzaba a acalorarse cada vez que hablaba su objetivo de deseo. Por momentos el calor era inaguantable. Ahí si que aprendí eso que llaman calentura.
Hubo mas viajes por esa época. Emprendimos una larga expedición por Baja California, al idem sin el baja, a Nevada y Arizona, acompañados de los Salvato más longevos. Ahí mismo fue donde se despertó mi interés por recopilar anécdotas en una ya perdida libreta Scribe. Para que no se ocultaran en una remota y poco memoriosa zona del cerebelo.
Por ello, sólo puedo rescatar de ese viaje, las puteadas que quedaron marcadas a fuego lento cuando mi abuelo vociferaba. Lo único que se podía percibir de él: su voz, ya que toda su humanidad quedaba cubierta por los embalajes del gigantesco Estereofónico pedido por el molesto Cores antes de viajar.
Con los Salvato más jóvenes, por el 75' fuimos al Caribe mexicano, con Cancun en construcción. Al promotor Bojorquez se le calentaron las orejas -por las maldiciones lanzadas contra él- ya que por su culpa terminamos en el magnifico cuchitril del Sr. López en Cozumel (1/5 de estrella). Además, fue imposible ingresar a Belize por inconvenientes de aduana, y hasta el día de hoy el viejo sigue puteando a Medias por no haberse sacado la visa. Recuerdo ese nefasto fin de año, con confituras de lima y hamburguesas de pan lactal recortado circularmente. Rememoro la pasión desenfrenada y al mismo tiempo apaciguada de Popi y Mónica, situación que se vio casi totalmente congelada cuando en vez de pata fue garra de gallina sumergida en una sopa y trágicamente agravada por el nauseabundo olor de las tortillas de masa de trigo sobre su delicada nariz de porteño remilgoso. Todo giraba alrededor de mi única obsesión de no ensuciar el respaldo posterior del Maverick y el paisaje de los arácnidos que nos acompañaban desde el techo de los comederos que íbamos dejando atrás. Los magníficos hospedajes consistían en aguantaderos con infectos cagaderos, cuyas puertas eran cortinas de carnicería. Había que usar el snorkel de observación submarina para poder respirar dentro de la misma habitación en “suite”. Ni hablar dentro del mismo baño. Igual, no había problema, ya que Papá dirigía un centro de capacitación turística adscrito a la OEA. ¿Para qué preocuparnos, si estábamos convencidos que nos deslizaríamos entre el lujo palaciego del caribe?. Flashes que golpean la sesera para siempre: Chosno con remera quemada con ácido de batería o asustado por una barracuda o harto que Mr. Orden se quejara que no podía mear a alta velocidad (no había escalas en ninguna estación de servicio sino existía la necesidad de recargar combustible) o amarradito de la mano de la esposa de su cuñado mientras buceaba alegremente. Calabazas para cantimploras, vidrio visor sobre fondo de lancha, conchas marinas gigantescas extraídas de su descanso inmóvil, patadas somnolientas a Popi por hacerse el caretón (debido a que no era yo con el que él realmente deseaba dormir), calcomanía de un cuervo de las bolsitas de crocantes Fritos adherido a la cámara Nikon.
Hubo un último viaje -por el que me sacaron intempestivamente de la Primaria Ramón y Cajal- con el matrimonio Salvato-de Baeremaecker y su primogénita Natalia. Seaquarium, Howard Jhonson Míami's Downtown Hotel, Walt Disney World, Orlando, Bourbon Street. Mucho topless y bottomless que alcanzaba a espíar tras las bamboleantes puertas de los pubs repletos de vicio a precios razonables. Una pregunta me carcomía insistentemente:
¿ Porque no podía ir a las House of Joy(*), si había tantas ? ...
De Flipper nadando en el cristalino acuario ni me acordaba, había cosas más importantes que debía que aprender.
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