martes, 18 de noviembre de 2008

(05) 02/01/90 0:00 Outside White Walls

Todo se reducía a estar fuera aunque fuera por un rato.
No parábamos con el desmadre. Dicha evidencia esta documentada en las boletas del R&C = Bad conduct, Excellent notes. Eso admiraba el viejo; que su hijo fuera un gran hijo de puta pero con tal que no lo jodiera a él, sino me derivaba a la categoría de persona non grata.
Pretendíamos ser orates, aunque a Huguito siempre lo castigaran hasta el punto crucíal de marcarle las piernas a cintazos para luego obligarlo a usar cortos pantalones cuadriculados que mostraran esas hermosas ofrendas lacerantes. Le estaba prohibido llegar a Ejercito Nacional, a sólo 3 cuadras de su casa por si algún auto tenía pensado el arrollarlo. Mientras Huguito usaba los cortos, Andy Panda prefería uno bien largo de color morado, con elástico tipo pijama, mas útil para robar.
Robar, palabra mágica.
Era lo prohibido. La técnica convencional era ocultarlo entre los huevos (por eso lo del elástico) y así naturalmente una amplia gama de artículos se coleccionaron, pero siempre respetando la fuente: Avioncitos de Woolworth y estilográficas de Liverpool. Había que tener conducta. Mi padre -un gran Cerdo- nos alentó tanto que hasta llegamos a planear un gran golpe, del que fui cómplice pero nunca toqué la mercadería. Después de exaltarnos con nuestra primera película erótica "El sexo me dá Risa" (una película mexicana que me gustaría volver a verla, causa de que mientras mas envejecemos pocas cosas logran ya sorprendernos), así caminábamos satisfechos sólo mentalmente, cuando al tropezar con vidrios rotos ahí vimos la ocasión que no podíamos desaprovechar. De pronto nos vimos buscando nuestros skates por si había que escapar de la escena del crimen.
Todo pensado en nuestras inocentes cabezas.
Los artículos de cuero llegaron a ser poca cosa, por lo que Hugo penetró en el interior para robarse el stereo de música funcional de aquel local. Mi Madre fue la mayor beneficiaria y mi Padre todavía sigue usando aquellos cinturones Hitchcock de antologia. A mi no me dió la cara irme a confesar por pecar en contra de algunos de todos los mandamientos. Sólo logré entrar al confesionario unas 3 o 4 veces en mi vida, Dios me daba miedo porque me castigaría sin miramientos, producto talvez de una pésima formación catequista. Sin el intermedio de apariciones divinas que me devolvieran a la senda del bien, acabé mi carrera delictiva cuando me cacharon en la Comercial Mexicana, oculto entre los aparadores tratando de robar un encendedor de mierda para el Renault.
Maldito pelicano(*) me terminó de fundir.
Jugábamos con el tira-papas siempre prestado (ya que nunca encontré donde lo vendían): un adiminículo con el cual era posible derribar o herir seres humanos ingratos con proyectiles de puro almidón crudo. O si se perdía (perfectamente probable) disparabamos con un condón de globo ensartado en un carretel vacio de cinta scotch, el cual era usado para el lanzamiento de rechonchos frijoles contra nuestros enemigos. Pero nuestra arma predilecta era la resortera. Ocultos tras un matorral del Liverpool, logramos destruir sin esforzarnos un parabrisas del lado de un confuso copiloto -que resultó ser una madre con un ingenuo párvulo en sus brazos. El conductor enfurecido (masculino y esposo y padre) fue tras los culpables. Yo caí en sus manos junto con Andy Panda, cerca del copetín al paso "El Tente en pie" (su mano en mi pelo, mas exactamente), mientras Huguito con sus hot pants trataba infructuosamente de saltar sobre un arbusto de 2 mts de ancho.
Por un alarido desgarrador nos dimos cuenta que no lo logró.
Atrapado a la mitad, con las espinas entre sus desnudas piernas de colegial uniformado.
Su captor consideró que ya había recibido un castigo ejemplar por lo que lo liberó de la reprimenda por mano propia, abandonado y retorcido de dolor agónico entre las hirientes ramas. Pero no conforme nuestro Señor el Altisimo con aquel estigma, volviendo al hogar una botella cayó desde el vacio a pocos cms. de nuestros pies. Motivo mas que suficiente para que el mas perjudicado (Huguito) lo exagerara al mango. -"Fué una señal"- sentenció dramaticamente. Sin embargo, apesar de la advertencia divina no nos alejamos de la vida criminal hasta que terminamos por aburrirnos de la facilidad con que concretabamos nuestros impensados delitos. Mientras tanto nos decidiamos, preferiamos entretenernos recolectando numerosos cascotes para ser lanzardos desde el balcón del 701 contra los lomos de camiones llenos de pasajeros, rodando lentamente por la avenida Maríano Escobedo. Nuestras debilidades militares tambien eran satisfechas proyectando hacia la nada globos henchidos de liquido elemento. Así destrozamos nuestro segundo parabrisas de un vecino del edificio, pero en busca del tercero la bola de agua se reventó a medio camino sobre la alfombra recién aspirada. Blanca se desquitó contra la geta de Andres, la que nunca en su puta vida podrá olvidase. De lo que me tocó a mi, mejor ni hablar alguna plataforma de corcho con pésima puntería tras un chillido histérico.
Repartíamos nuestro ocio en las luchas, de las cuales participaba mi Padre y hasta se atrevía ocasionalmente un compañero de su oficina: el dudoso Gordo Ambros, el cual parecía tener intenciones más manuales que deportivas. Suspendidas estas diversiones con adultos pocos confiables; Hugo y yo, llegamos hasta romper la matrimoníal de su cuarto de huespedes, horrendamente adornado con dudosa elegancia, por enormes calcomanías de Silvestre y Piolín en tamaño Maxi. El gato y el canario debían adivinarnos entre las sombras cuando se apagaba la luz en la llamada sesión de "Gritos y susurros bajo la oscuridad de Bergman"; cuando me tocaba proponer el devastarnos en aquel aquelarre, siempre era un desternilio de risas más por causa de mi inhabilidad para pronuncíar la maldita "R" que por la expectativa de despedazar al contricante. Gritos y susurros era casi siempre acompañada de una infaltable variante con almohadanazos o pelotazos, hasta llegar al desplume final o lograr alguna ansiada rotura intercostal. Lo que viniera primero ...
Empecé a aficionarme solitaríamente al Uruguay Park, acompañado fielmente de mi bicicleta verde comprada en alguna escapada por Texas (aunque envidíaba la MX Murray del Granoline, por llevar freno a pedal). Poco recuerdo de esta primera etapa parkesíana(*), sólo una semibanda que se consolidó en etapas posteriores. Estaban Fabián y su hermano -compatriotas y dueños de "Ñandu": especialistas en empanadas y otras menudencías rioplatenses; y tambien pasaba circunstancialme un ser regordete que llamaban "Chileno" y sin que ninguno de los dos lo supieramos, él me acompañaría en la mayor parte de mi adolescencia.
Tendríamos que esperar que la etapa del parque viniera por si sola. Todavia no era su tiempo.
Prefería que los amigos pernoctaran en mi casa, ya que ahuevaba el dormir en casas ajenas, especialmente en la de Andrés; aquella que habitaba debajo del puente de Escobedo junto a la heladería Danesa de 33 sabores, ese hijo de su temida y extraña Madre, primo de Nidya y dueño del cocker "Mota". Su Madre, una aficionada a la pintura pop- dibujaba siempre adornada por un grano junto a su boca, que había transferido hereditaríamente a su vástago. Su presencia me inspiraba más que miedo, dada su apariencia de casquivana frekeada. Su casa expelía un olor característico e indefinible, que obligaba a permanecer sólo el tiempo necesario.
El tiempo necesarío para cambiarse de ropa.
En el desván nos transformábamos(?) para la época de Haloween; venía la esperada disfrazada(?) para el Trick or Treat(*). Al Panda le encantaba ese misticismo, se enmascaraba como un pirata negro cubierto de tizne de corcho. Yo de nada: la vergüenza y timidez continuaban siendo una parte elemental por aquellos días. Para nuestro deleite tambien participaban agunas feminas de esta inocua tradición yanquee; una tarde junto con el retoño Huguito desperdiciamos la mejor oportunidad de realzar la imagen de Sir Walter Raleigh(*). Desaprovechamos el poder protegerlas, cuando unos monos muchisimo más grandes que nosotros ridiculizaron a Cecilía, Yemi y Mayra vestidas de seductoras fantasmas. Desde chicos aprendimos bien la lección de quedarnos en el molde.
¿ Para que buscarse gratuitamente problemas ?.
El aire chifleteado entrando por la rendija de las ventanas, me hacía preconizar la presencia de la Santa Muerte tilica y flaca(*) de Peralvillo;.especialmente un día a media tarde -mientras veía Flipper por canal 8- en que sonó el teléfono.
Todos esperaban el ring, pero yo no sabía nada.
Una patada en el Culo. Mamá Rosa había fallecido. Nunca antes había experimentado ese vacio, esa sensación de nada que en esa tarde sentía. La abuela la llevaba a cuestas hacía tiempo; pero nosotros, los vivos nunca nos acostumbramos a ella. Esa noche casi me meé -por el miedo a entrar en la oscuridad para un aliviador desagote de próstata- tal vez porque lo que le había pasado a mi viejo, algún día me iba a ocurrir a mi. Con el tiempo volvió a aparecer esa sensación pero no era por los otros, sino por lo que seguramente me iba a pasar a mi dentro de un tiempo.
... Caía en un abismo sin saber de donde agarrarme ....
Ni mi psiquiatra más adelante me dejó satisfecho.
Me consolé pensando que nadie se salva de eso, aunque Umberto Eco no me había hablado por entonces de la inmortalidad del Conde de Saint-Germain. El pedo existencial disipaba lo poco de incredulidad que era preferible conservar.

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