A causa de un organismo internacional partimos hacía México. Las idas y venidas ya se habían hecho costumbre. Papá ya se había ido a Panamá 6 meses, pero distinto es cuando el movimiento lo afecta a uno. Cuando empecé lentamente a razonar, observé lo cabrón de la situación que nos había llevado a la emigración, por poco el loco se hubiera convertido en un triste sorete sobre los sucios escalones de la facultad. Si los montoneros se hubieran enardecido un poquito más me hubiera quedado huérfano en menos de lo que hubieran tardado en pasarle por encima. Yo estaba casi al margen de esos problemas, como un pez dentro del agua conviviendo con los juicios a los oligarcas pampeanos y oyendo en el escritorio -mientras dibujaba acostado en el piso- millones de puteadas contra el demonio Miranda. Asimilé fácilmente el odio, y aunque nunca conocí realmente a los hijos de su mujer Aleca logré detestarlos por todas aquellas truculentas historias que después logre reconstruir en mi memoria. Luisito era un Calígula como para poner los pelos de punta: asiduo al petemel(*) me cortaba el hilo del autito cada vez que podía; mató accidentalmente a su vieja, dejó semi sordo a mi viejo y torturaba a los pupilos(*) al serle concedido el privilegio de ser el favorito. Actualmente es un gran ladrón de material de construcción en Santa Rosa y dicen que puto renombrado.
Con semejante carta de presentación no creo haberme perdido de mucho.
La despedida vino naturalmente, naturalmente sollozando. Miles de lágrimas cayeron sobre la reciente mal hecha cirugía estetica del embaucador cirujano Yurie. Ezeiza desbordaba de familiares desperdigados, y asi, transé con una cruz que nunca usé y un cuchillo que perdí casi inmediatamente.
La llegada fue una mezcla de incertidumbre y riesgo. Oí la primera frase de un nuevo dialecto -desde los labios de un ser netamente moreno- dentro de un taxi de sitio que nos conducía a la calle Mississippi. -"Por que no se van el fin de semana a Cuernavaca"-. ¿ Qué mierda era eso ?. La impaciencia chocaba contra los vidrios.
El Chosno trabajaba cerca de Reforma a unas cuadras de Missisipi, en el tan después mentado C.I.CA.TUR. Todo estaba cerca para él, pero yo ni me atrevía a salir a la calle por miedo a perderme. De hablar con los demás habitantes de ese nuevo país, ni en pedo, mas cuando una cerda desconocida me preguntó sardonicamente al acorralarme contra la puerta del ascensor : -"¿ Y tú, cuantos años tienes guerita ?"-. Por aquel tiempo a lo único que me asemejaba -por tener pelo largo y carecer de un tono oscuro en la jeta- era a ser una linda rubiecita. Mamá me tuvo que cerrar la boca para evitar que le demostrara a la señora que había cometido un error imperdonable para el orgullo de esa bestia confundida de sexo.
Por esos días antes de cambiarnos a la avenida Horacio, retomé mi interrumpida instrucción en el fastuoso e infame Ramón & Cajal, consumiendo a la par de los libros de la Secretaría de Educación Publica millones de toneladas de dibujitos animados doblados al mexicano sin todavía poder maniobrar con el color electrónico de un nuevo aparato de T.V. El blanco y negro se continuaba sin que yo lo supiera.
Esos eran los días de mis primeros vómitos con el Tio Gamboín(*).
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