Hoy mientras buscaba fuego en un minimercado, escucho una voz cascada que responde a un "Como está?", -"Los viernes siempre estoy agotada". Acto seguido la vieja se adelanta al mostrador y espeta -"Asi que los cigarrillos subieron, por suerte que no fumo y voy a disfrutar mis papitas fritas". Cuando pague la cajita, le dije a la empleada "Igual se va a morir de colesterol". Al darme el vuelto me aclaró "Una cosa no quita la otra" y me hizo notar que habia olvidado los fosforos en el mostrador.
Le había cortado el teléfono en una discusión en la que insólitamente no había intervenido. Recordó que su mejor amiga seguía triste por una separación que había ocurrido cinco años atrás. “Debe ser porque el padre estaba enfermo” intervine. “Yo pude superarlo en dos años, estaba harta de las discusiones eternas” me congeló, mientras levantaba sus bracitos en señal de triunfo.
“Dios no tiene horarios” fue el pristino pensamiento cuando el taladro me laceraba la mente en mi primer abrir de ojos. El techo de la parroquia tenía que ser reparado mientras el capellán dormía a pierna suelta bien lejos de la tortura sonora. Cuando volví una pila de escombros se amontonaba en mi puerta, hacia ambos lados aparentemente alguien había limpiado y notoriamente saltado olímpicamente mi acceso. Pensamientos de paranoia vengativa me asaltaron. Una cabeza a la derecha no se hizo cargo y del otro lado del techo me explico que justo se había hecho la hora de almorzar y después nadie le contestó. Terminó lo que yo había empezado pero sin proferir las millones de puteadas que farfullé del otro lado del atrio. En ese pasillo donde mi enigmática vecina acumula sus porquerías cegándose en el principio de los espacios comunes.
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