Por fin terminaba mi ronda nocturna de la semana, y sólo un sonido rompía el silencio de los dormidos. Un televisor hablaba sin parar en una sala oscura sin que nadie lo escuchase. La luz centelleante del tubo de rayos catódicos, aparecía y desaparecía según la continua repetición de imágenes; intermitente solamente para mostrarme en su claro-oscuro la presencia de un sillón vacío. Me desplomé como por un instinto, y tardé bastante rato en prestar atención a esa voz metódica y engolada que interrumpía la madrugada. La voz parecía la misma que la del locutor del Lunes. ¿ Era el mismo o todos hablaban igual ? En la primera frase analizada noté que lo que decía era una de las tantas cosas que nunca hubiera sabido si hubiera decidido que era preferible estar en otro lugar ... Buñuel pertenecía a una elite surrealista de los comienzos del treinta iniciado por Manray (igual a aquella confusión disparada por un episodio donde el Kama-león había servido de intermediario para una ilícita transacción)... un primer film del movimiento se había estrenado en el anonimato con el título del Perro Andaluz (aparecía nítido un sofisticado restaurant para paladear paella escondido en la zona céntrica del trópico de Cancer) ... Dalí había participado en su elaboración (otro nombre de un bar suburbano al cual nunca me había atrevido a entrar) ... Preferí mejor bajar el volumen para no aceptar como aumentaba mi ignorancia en cada nueva sentencia del locutor remilgado. Siempre hay un momento en el que uno se entera lo que es sabido por otros.
Transitaban en la pantalla escenas de vanguardia en las que una vaca retozaba en una cama mugiendo en el silencio de ese cine insonoro, cuando decidí prender un nuevo cigarrillo. Buñuel también lo hacía al unisono detrás de la pantalla del televisor. Pero era distinto ...Yo aspiraba sin percatarme de lo que hacía, mientras que en él se notaba que estaba celebrando el momento u olvidando una ingación entre profusa svolutas de humo que ascendían. El tabaco era su gran compañero, apoderado entre sus delgados dedos rebosantes de amarilla nicotina y con un gusto siempre amargo sobre la superficie de su lengua que no paraba de hablar, aunque yo no podía escucharla supe que lo mío era una rutina inútil de vicio tonto para reducir las expectativas de una vida que si no llegaría a ser demasiado larga y aburrida.
Las imágenes se oscurecieron y me levante sin molestarme en apagarlas; con ese fondo negro y sin volumen, ahora ansiaba un trago antes de dormir. Lo encontré en un escondrijo secreto para emergencias en algún lugar de mi habitación y lo apuré sin pensar -como antes había tragado el humo del tabaco. Bebía como Poe, no como un glotón sino como un bárbaro, con una economía de tiempo para cumplir una lenta misión suicida, como teniendo algo que deshacer en mi. Un rápido sorbo que surtía un efecto siempre letal, sin la suerte de poseer una gruesa mucosa gástrica que le permitía a Winston Churchill beber en unas horas lo que no aconsejaba el ministerio de salud en una semana; pero sin que el efecto de esas toneladas etiíicas -que yo nunca podría soportar- le impidieran ganar la segunda Guerra Mundial.
Quería dormir pero no podía, tampoco podía fumar como Buñuel o atragantarme como el primer ministro; sólo me quedaba pensar y pensar aunque jamás me parecería a ellos. Era mejor no encender la radio ni prender la televisión, tal vez durmiera al estar cansado de no poder dormir... asi que di vuelta la cabeza y miré por la ventana por si acaso algo por fín pasaba.