domingo, 2 de mayo de 2010

3) Steps Searching Near by the Door. 2:45 Hs.

Pasaron 2 días en que no me atrevía ni a salir de mi habitación por temor a que un nuevo ataque (peligroso) me tomara desprevenido. Seguro y encerrado entre cuatro paredes una nueva desconexión involuntaria no podría dañarme. Hasta pensé en encadenarme para evitar que mis pies me obliguen a subir esos malditos escalones para arriba; pero no lo hice por miedo a perder la llave y morir de inanición sentado en una silla. Y fueron 2 días en que no pude acostumbrarme a esperar oír el ruido de sus pisadas, el olor de su entrada triunfal y displicente como preámbulo de su ya archiconocida letanía de reproches, recriminaciones y consejos. Una perorata conocida de memoria cada vez que nos enfrentábamos; frases y palabras que con el correr del tiempo repetía como si se hubiera olvidado lo que hacía poco ya había dicho. Pero seguía y seguía hostigándome con lo mismo, pero con más ímpetu, porque él también ya conocía mis respuestas; siempre indiferentes para darle la razón, pero que deberían haber sido reemplazadas por silencios imperturbables. Pero no, él gozaba -estaba seguro- de antemano como si supiera desde siempre que a partir de una de sus frases malditas consiguiera siempre en mi una avalancha de nerviosismo y obligadamente una contestación trémula que alimentaba más preguntas que nunca lo dejaban satisfecho.

Dormir, trabajar y escribir eran los verbos favoritos de su precario léxico -mas que favoritos se podría decir que eran los únicos en nuestras conversaciones. Todo el mundo sabía que él trabajaba el triple que yo, que no escribir ni la decima parte que yo me proponía era más bien su orgullo por no perder inútilmente el tiempo; pero carajo, eso de dormir tres horas entraba solamente en su especulador cerebro monetario. Era simple: "Dormir poco, escribir nunca para trabajar mucho", simple y siempre idéntico. Y ahora me escondo entre las penumbras de mi aburrimiento esperando que vuelva a aparecer mientras afuera la luna comienza a llenarse por completo en su ciclo mensual.

Dejaba que se me escapara el tiempo, que las horas se perdieran como si al envejecer de pronto las cosas me importaran cada vez menos. Senil y achacoso, aquellos momentos que siempre había anhelado podría descartarlos al transitar de pronto por el ocaso de mi vida; y aquello que me exigía a prohibirme -para vivir más años- no tendría más sentido. Solo así al encontrarme como un anciano disfrutaría de un placer que no tendría que compartir con nadie. Solo, con la mayoría de la gente que había conocido sin existir, sin nadie a quien proteger o escuchar; desolado eremita con el alma que se retorcería ya sin ganas. Un espíritu viejo y mediocre que no tendría problemas para amoldarse a cualquier situación, tanto como para encajar perfectamente en un cuerpo desgastado. Sin pretender más que logren conmoverme. Y en ese momento seré esencia que no querrá ir más en busca de la satisfacción. Transformado de esa manera sería la única forma en que podría atreverme a enfrentarlo, escupiéndole todo lo callado durante los años de aislamiento; aunque tal vez en ese entonces mi deteriorada lengua no podrá articular palabras entendibles, fallándome la menoría sin saber qué era lo que debería decirle. Y si pudiera hacerlo, sería incomprensible porque los demás también habrían olvidado las razones por las cuales me había ocultado en el ostracismo. Seguramente los que me rodeen en ese crucial momento en que me decidiera a hablar, dirían -"No le hagan caso al viejo cabrón, seguro que tiene otro ataque de arteriosclerosis galopante"-. Y ante tal declaración nada podría objetar porque tendrían razón, se habría consumido la ultima oportunidad para volver a ocultarme y tomar valor para poder contestar.

Los pasos se acercan pero no son los mismos que a la luz del día, son inconfundibles pero más pesados y lentos, como saboreando una entrada sangrienta. La luna culmina su ciclo y brilla tan redonda como puede abarcar su diámetro. La claridad lunar ilumina un nuevo temor surgido de haber escuchado una conversación entre dos individuos en la tarde del solar. Los pasos se detienen, posiblemente el mandamás que está afuera ya decidió por mí. ¿Con su silencio habrá comenzado ya mi condena de soledad?. No tengo tanta suerte, los pasos se reanudan. Se acercan ¿No tendría que salir?, no mejor no, porque si aquella leyenda que había escuchado fuera cierta arriesgaría más que mi pellejo al exponerme.

Los pasos siguen, pasando de largo mi puerta como una lenta exhalación; no es mi turno en esta noche. Las leyendas no mueren tan fácilmente, Yo en el próximo plenilunio tal vez si...
  

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