Comencé mi ronda como todos los principios de semana, apenas madrugando en un lunes desapacible para sacudir el letargo de los domingos suicidas. Nada se escuchaba salvo una radio apenas audible al final del pasillo, seguramente prendida permanentemente; con un parlante roido y enchufado a un tomacorriente en aparente cortocircuito. Sonidos desde un sombrío y apestosamente húmedo encierro. Un locutor anuncia los pormenores de la jornada, y mientras más me acerco, diferencio que simultáneamente uno puede morir como enamorarse. En una misma síntesis informativa es posible que un ser humano se zarandee, se contornee en la expansión epidérmica de la hija adoptiva de su futura ex mujer que no duda en presionar el gatillo conectado a un helado caño que se apoya contra una sien, pero mucho más fría.
PUM!, cuando los convencionalismos se deshacen al mejor estilo Nabokov, cuando algo gastado penetra en algo aterciopelado, cuando una bala perfora hasta el otro lado de la carne de un craneo abierto. Mientras se desvanece la nítidez del remilgado locutor que no duda en dar hasta el más mínimo detalle macabro, de a poco ya ni estoy seguro de que seamos nosotros mismos los que manejamos las clavijas de nuestra propia corriente mental. Una porción ajena al raciocinio debe estar alojada dentro del cerebro para engañarnos de que todo anda bien, de que todo es posible, que no es necesario ir a revisar los fusibles que aparentemente deben estar quemados desde largo tiempo. Todo es una reducción para llegar a la comodidad, ya que es mejor desligarse que admitir que uno está demasiado enganchado como para no poder salvarse. Precios que uno paga cuando todo lo que alcance la vista esté a punto de desmoronarse.
Desvío el curso de mis incesantes elucubraciones, y percibo que ahora la voz no es la misma que antes; ahora un cura pregona que no hay que violentar a la naturaleza, que es lícito todo aquello que la ayude a fluir naturalmente... y así la eternidad se alcanza comprando el paraíso a cualquier precio (aunque su valor sea incalculable). Deshago mis pasos con rumbo a otra sección a controlar, y la voz comienza a disiparse, mis oídos casi no la oyen aunque mi nariz percibe que dentro de poco el tomacorriente volverá a chamuscarse. Dentro de muy poco se perderá contacto con el exterior aumentado la sensación de sentirme acorralado...
(El Dr. Bernard Krieger advierte con estas reflexiones -en su informe jamás enviado- que Klondike en esta etapa ha superado -por el momento- sus tendencias autodestructivas. Su visión magnificada de los hechos fuera de su ámbito, lo convence de que no puede atravesar la trascendencia de su ser sin borrar el tiempo transcurrido. ¿Para qué buscar tanto valor para eliminarse?, si a nadie le importara cuando los acordes del más reciente éxito de moda tapen el final de una noticia policial que todos olvidaran en el próximo corte)