Los talones bien afirmados apenas contra el borde de la cornisa de la terraza. El vacio esperando impaciente, el aire caliente ascendiendo hasta mis axilas que habían comenzado a sudar. Abajo de mis pies -mucha gente que reconozco deambula en las últimas luces que rebotaban en el solar. Parecen ocupados de sus propios problemas: asesinatos, degollamientos, cadenas perpetuas por raras combinaciones de sucesivas penitencias. El sol se escondía detrás de una nube gris, pero ¿Alguien podrá interesarse en mis estúpidos sinsabores?, es poco factible. Me desespero y lo intento. Pero no puedo hacerlo cuando algo no encaja.
Ya ni pensar en lo inmediato me sirve para sobrellevar esta carga, un centímetro hacia adelante y todas mis ridículas frustraciones desaparecerán al instante. ¿Qué es lo que me detiene? ¿Porqué me reprimía si pensaba que estaba decidido, si estaba seguro que podía auto programarme para dar un gran salto, si estaba convencido que esta era la mejor solución. Pero nada. Quedé congelado, con los músculos tiesos, enhiestos; con los ojos viendo al vacio y más abajo una pelea entre dos presos a punto de desatarse. ¿Por qué no saltaba, porqué no lo hacía? Que más quedaba después de decidirme. ¿Qué? Todo y nada, si uno tenía el suficiente tamaño de testículos para poder afrontarlo. Pero como yo indudablemente carecía de dicho diámetro, decidí alejarme lo más posible del borde del precipicio, evitando caerme en el instante en el que ya había decidido que jamás podría hacerlo. En este último pensamiento la lectura de esa idea hecha por mi mente cambió de referencia, estaba próxima a un estadio en que todo lo que sabía o conocía era accesorio. Todo lo que miraba -que era ajeno a mi propia vida o por lo que se desvivían los demás- era terriblemente relativo. Engordar, adelgazar; sufrir, gozar; preocupación, indiferencia, preocupación, indiferencia, preocupación, preocupación: términos que otros definieron (o más bien padecieron) mucho antes que nosotros tuviéramos la oportunidad de experimentarlos. Todo ya existía y seguiría existiendo aunque nosotros dejemos o todavía no hayamos empezado a existir. El mundo no se iba a fracturar cuando uno de sus miles de millones de habitantes se hubiera desparramado sobre el piso desde quince metros de altura. De inmediato y gracias al mas maravilloso equilibrio estarían naciendo mucho mas de los que mueren natural o artificialmente. Hasta que el mundo comience a desbordar y ni siquiera se podrá contemplarse la posibilidad de matarse cuando sean los propios gobiernos los que decidan que debes irte por falta de cupo. Todo tan relativo que daban más ganas de reír que llorar. Este era un día que parecía que no pertenecía a la persona que yo era ayer... viviendo según los que muy pocos aceptan y la mayoría rechazan sin opción...
Mis dedos estuvieron a punto de resbalarse en un descuido, el vértigo se apoderó de mis miedos existenciales suplantándolos por un terror mucho más visceral. Por una torpeza no intencionada caería sin tiempo para pensar más, abrazando un vacio escurridizo en donde no existirían más problemas. Decidí sentarme cuan insignificante y circunstancial era, para no estar parado ante tanta inmensidad que parecía llamarme a los gritos. Tanta grandeza qué nadie como yo era capaz de controlar. Mi respiración por si misma comenzó agitarse cuando advirtió cual había sido la verdadera razón que produjo la detonación para atreverse a no reprimir la tentación al abismo. La causa que me había llevado como un autómata hasta el borde mismo: un temor terminal por una relación ni siquiera concretada que se transformó en odio por una convivencia forzada terminada en frustación por no atreverme a hacer lo que se me viniiera en gana sin dar explicaciones a la persona con la cual me obligaba a seguir estando para no parecer un infeliz aunque me hundiera en el agobio. Así todo de corrido, sin ni una puta coma; así todo tan rápido, como la muerte.
El sol seguía jugueteando a las escondidas entre las nubes ya negras, siempre en un mismo punto por lo que eran ellas la que jugaban con él, en esta todavía claridad que nunca parecía terminar. La ansiedad volvía a envolverme, la palpaba o más bien la destripaba al morder ferozmente el filtro de un cigarro dilatado de ser prendido. Pero no... no era tan simple, no era tan sólo desesperación por lo que había estado por hacer, era el síntoma perfectamente visible por la vaga ambiguedad de algo futuro, de algo incierto que con suerte nunca ocurriría. Si estuviera completamente seguro de lo que me iba a pasar, acabaría con esta tortura simplemente esperando, anhelando desaforadamente que nada sucediera. Nada pasaría y ya no tendría sentido morderme ahora el labio superior por haber lanzado al vacio una colilla extinguida con el filtro parcialmente destrozado. Encendiendo uno nuevo –que se consumiría aun más rápido que el anterior- serpenteaba escalones que comunicaban con la azotea, para poder adentrarme en los problemas de los otros y tratar de olvidar los míos propios. El resto ajeno seguía deambulando cabizbajo sin haber notado que un tipo que conocían había estado a punto de tirarse; algunos incluso sonreían absortos en sí mismos como si supieran cual era la mejor solución. Si ellos tal vez lo sabían, entonces porque yo nunca podía adivinarlo? La luna ocupo el juego del sol y preferí pensar en otras cosas aunque lsupiera que la imisma dea siempre volvía con impetu inusitado.
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